Sursum Corda
Cuando me acuerdo de Dios, gimo porque su amor no tiene medida
Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Difícilmente regresamos a la vida de siempre cuando hemos sido rescatados, cuando hemos sido alcanzados por el amor, cuando se nos otorga el perdón y cuando vemos con entera claridad que se nos da una oportunidad para comenzar de nuevo y disfrutar la vida haciendo el bien, a pesar del mal que hayamos provocado.
Palpando la vida con toda su pureza, sorpresa, novedad y alegría lamentamos haber estado cerrados al amor y a la bondad, y haber fomentado un estilo de vida que nos llevó a vivir de manera indolente y hostil, vaciándonos de espiritualidad.
Una vida así nos ha dolido tanto, nos ha hecho probar el fracaso y la oscuridad y nos ha llevado a la ruina espiritual, por lo que cuando somos acogidos y perdonados vemos la luz y sentimos la generosidad del amor, de tal forma que ya no queremos regresar a ese mundo de destrucción.
Llegamos a percibir esta experiencia como una oportunidad, como una bendición que irrumpe en la vida, como un momento de gracia que se saborea, que se acoge con ansias, que se agradece apasionadamente y que no podemos dejar pasar.
Este momento de encuentro con el Señor, al aparecer radiante y desplegar toda su belleza, llega a conquistar nuestro corazón que no esperaba ser objeto de un amor especial, de tanta generosidad, de tantos detalles.
Aceptando que humanamente no merecemos esta gracia por el mal que hemos hecho y por el daño que hemos provocado, nos agarramos de ella como nuestra última salida. Es más, al no esperarla y al imaginar que nuestra vida se siguiera consumiendo en el vacío, nos llegamos a sentir sorprendidos y estupefactos al ser objeto de tanto amor y consideración.
Por eso, es tan vistosa y novedosa la transformación de muchas personas cuando, sin esperarlo, Cristo irrumpe en sus vidas. No se trata simplemente de que se estén haciendo más religiosas, o de que estén probando una emoción fugaz, sino que han visto atónitas la bondad y misericordia de un Dios que no ha reparado en su pasado y en las faltas cometidas, a la hora de rescatarlas y envolverlas en su divino amor.
Dice el papa Francisco: “Cuántas veces no sabemos ya cómo recomenzar, oprimidos por el cansancio de aceptarnos. Necesitamos comenzar de nuevo, pero no sabemos desde dónde (…). Solo sintiéndonos perdonados podemos salir renovados, después de haber experimentado la alegría de ser amados plenamente por el Padre. Solo a través del perdón de Dios suceden cosas realmente nuevas en nosotros”.
Por supuesto, que las personas entienden que hay mucho que reparar, al ser muy conscientes del daño que han causado. Pero la alegría y la esperanza que Cristo ha traído a sus vidas las lleva a comprometerse en la construcción de una nueva vida.
En efecto, cuando el Señor llega a nuestra vida no nos deja como estábamos, no justifica nuestro pecado, sino que nos lleva a experimentar cómo arde nuestro corazón de alegría y esperanza por haber encontrado el amor de Dios que le da un rumbo y sentido definitivo a nuestra vida.
El Señor llega a nuestra vida con tal intensidad que nos impulsa a tomar grandes decisiones. Esa es la huella que el Espíritu del Señor deja en nuestra vida. Si Cristo llega a nosotros, si tenemos una experiencia profunda del amor de Dios, uno comienza a sentir la necesidad de arreglar tantas cosas en la vida.
Vislumbramos, por lo tanto, que no se puede vivir de la misma manera como antes que no conocíamos al Señor. Se experimenta uno atraído, es como si se sintiera uno en deuda con el Señor y quisiéramos comprometernos en su seguimiento.
Jesús no nos deja instalados en nuestro pecado que ha generado tristeza, desilusión y sufrimiento, llevándonos prácticamente a la muerte. Cuando predomina el pecado y todos sus efectos, Dios va en serio. No vien…
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