Ruta Cultural.
Catorce años de libros, artículos y continuamos (I)

“Carlos Fuentes: “Los días enmascarados.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
Desconozco cual sea la sensación de quien me lee respecto al tema del tiempo, en mi caso, debo confesar que con el paso de los años y, particularmente, después de la pandemia-covid, el sentido del tiempo se me hace extremadamente efímero. Sé que este efecto de la rapidez del tiempo sucede con mayor impresión en las personas adultas. Los compromisos laborales, económicos; el distribuir nuestras horas y días para cumplir con ciertas responsabilidades, reuniones; el tiempo que debemos dedicarle a nuestra familia, en fin…ejemplos de esta índole abundan. Entonces, de repente hoy es lunes, volteas y otra vez lunes, y, si bien la carga del vivir no siempre es pesada ya que hay momentos de dichas, fuertes emociones, tranquilidad, por supuesto que también lo contrario, aun así, en instantes nos identificamos con Sísifo, ese trágico personaje de la mitología griega quien sufre el castigo de cargar una enorme piedra y al momento de depositarla en el lugar asignado, la piedra cae y Sísifo debe volver a bajar, cargar la piedra y llevarla nuevamente al sitio. Sísifo suda, sufre con la piedra en los hombros, está llegando al sitio y la roca vuelve a caer. El castigo de Sísifo es catastrófico porque el desgastante esfuerzo que hace día a día no rinde frutos, algo peor, no tiene importancia. Haga lo que haga, la piedra caerá. En el caso de nosotros los humanos, hagamos lo que hagamos, el tiempo pasa y el final llegará. Ahora bien, ante la finitud asegurada y la fugacidad del tiempo, lo único que podemos hacer, y creo, debemos hacer, es aprovecharlo.
Cada quien aprovechará el tiempo de acuerdo a sus posibilidades y preferencias. En mi caso, cuando inicia la mañana de lunes me levanto pensando que soy más afortunado que Sísifo, porque es verdad que los días y las horas son las mismas para todos y que invariablemente viviré bajo ciertas rutinas que exige o impone la dinámica de la vida. No obstante, los humanos poseemos la maravillosa libertad de poder elegir, fuera de los compromisos formales y obligatorios, lo que deseamos vivir. Quien escribe ha elegido vivir rodeado de libros. Desde muy joven tuve mis primeros encuentros con los libros, a través de ellos he conocido las diversas literaturas, he viajado a diferentes épocas, con Platón dialogamos sobre las formas de gobiernos, Aristóteles me enseñó que la ética es fundamental si aspiramos a vivir en sociedades más justas. De pronto, dejaba el mundo antiguo y me instauraba en el universo de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo. Quedaba maravillado. Las lecturas fueron causando en mi interior un gran regocijo. Leía, investigaba, ordenaba lo aprendido. Más, las mismas lecturas provocaron en mí las ganas de escribir. Fue en mayo de 2010 cuando inicié la bella aventura de escribir un artículo semanal de crítica literaria.
En el presente mes de mayo se cumple un año más de esta actividad que se ha convertido en parte fundamental en mi vida. Los libros y autores que he abordado se han convertido en mis maestros, mis guías y mis amigos. Con ellos he aprendido, ampliado mi horizonte, discutido, asentido y disentido. En esta ocasión para celebrar un año más de leer y escribir se ha elegido a un autor fundamental en la historia de la literatura mexicana, me refiero a Carlos Fuentes. Recuerdo que en el año 2015 escribí un artículo sobre la bella novela de Fuentes titulada: “Aura.” La historia me cautivó y fascinó. En el 2022, al recordar los diez años de la muerte del escritor mexicano ganador del Premio Cervantes de Literatura, tuve la oportunidad de leer y escribir acerca de: “La región más transparente”, “Las buenas consciencias”, “Zona Sagrada”, “La muerte de Artemio Cruz” y “Una familia lejana”. No exagero decir que todas son excelentes, sin embargo, “La región más transparente” y “La muerte de Artemio Cruz”, merecen una mención aparte. Son extraordinarias.
La experiencia de la lectura nos enseña que un autor de esta envergadura nunca dejará de asombrarnos. Son maestros del lenguaje, la imaginación, la creación. Son expertos en las formas, las técnicas narrativas. E incluso, conforme vamos conociendo más de su vasta obra, podemos descubrir la diversidad temática, asimismo, la particularidad de los temas y el estilo que utiliza en su narrativa. El libro: “Los días enmascarados” publicado en 1954, está compuesto por seis relatos: “Chac Mool”, “En defensa de la Trigolibia”, “Tlactocatzine, del jardín de Flandes”, “Letanía de la orquídea”, “Por boca de los dioses”, “El que inventó la polvora.” El relato: “En defensa de la Trigolibia”, no volvería a leerlo. No lo sufrí porque es muy pequeño, lo terminé por la misma brevedad, de lo contrario, le hubiera hecho caso a Borges quien decía que si un libro no le gustaba lo dejaba. Los otros cinco son muy buenos. Particularmente me atrapó: “Tlactocatzine, el jardín de Flandes.”
La historia de este relato hizo que me acordara de “Aura”. El misterio y la literatura fantástica están a plenitud. Todo sucede en una casona antigua construida en tiempos de la intervención francesa, ubicada en la calle del Puente de Alvarado. Allí llega a vivir un personaje que nos cuenta la historia en primera persona del singular. Su nombre no lo sabremos hasta el final del cuento. El protagonista narra lo que le sucedió mediante un diario. Todo inicia el 19 de septiembre y concluye el 24 del mismo mes. Es decir, en equinoccio de otoño. “19 Sept. Esa misma tarde me trasladé con una maleta al Puente de Alvarado. La mansión es en verdad hermosa, por más que la fachada se encargue de negarlo, con su exceso de capiteles jónicos y cariátides del Segundo Imperio.” El protagonista se fue a vivir a esa mansión porque es empleado del licenciado Brambila, mismo que compró la casona y le pidió a su trabajador fuera a vivirla: “Mire, mi güero. Puede usted invitar a sus amigos, a charlar, a tomar la copa. Se le instalará lo indispensable. Lea, escriba, lleve su vida habitual.”
Entre el 19 y 20 de septiembre nos cuenta lo bello de la casa, su estructura, lo que vive, piensa y siente, él allí solo. La biblioteca y el jardín son dos lugares claves en la historia. Mientras el lector está atento a lo que relata el protagonista, súbitamente el 21 de Sept., sucede lo siguiente: “He permanecido, mi aliento empañando los cristales, viendo el jardín. Quizá horas, la mirada fija en su reducido espacio. Fija en el césped, a cada instante más poblado de hojas. Luego sentí el ruido sordo, el zumbido que parecía salir de sí mismo, y levanté la cara. En el jardín, casi frente a la mía, otra cara, levemente ladeada, observaba mis ojos. Un resorte instintivo me hizo saltar hacia atrás. La cara del jardín no varió su mirada, intransmisible en la sombra de las cuencas. Me dio la espalda, no distinguí más que su pequeño bulto, negro y encorvado, y escondí entre los dedos mis ojos.”
En lo que el lector-escribidor va descifrando lo que puede acontecer en la historia que lee, decidió invocar a su querido amigo Marduck, aclarando que le gustaría utilizar la palabra: convocar, pero no se puede, porque se convoca lo existente y se invoca a lo físicamente inexistente. –Amigo, fíjate que estoy leyendo un relato de Carlos Fuentes titulado: “Tlactocatzine, el jardín de Flandes.” Todo indica que la mezcla de los tiempos es muy interesante. Parece que el protagonista central recibe unas cartas y, qué crees, son de Carlota, sí, la que fue Emperatriz de México. ¡Cómo la ves! –Mike, que gustó que te acuerdes de mí, carnal. El pasado 28 de abril fue un día triste, porque cumpliría cincuenta años de vida y me habría gustado festejarlo con ustedes. ¡Qué buena guarapeta nos hubiéramos puesto! Pero así es esto, carnal. Me alegra saber que te acuerdes de mí. Regresando al tema de Carlos Fuentes, entonces, cuéntame, en qué termina la historia.
Amigo, como te decía, en el jardín se apareció una viejecita y el protagonista decidió encararla. Un hombre del presente no tiene por qué temerle a los espíritus del pasado y menos si fueron personas contemporáneas y que convivieron mucho, así como tú y yo. Bueno, mira lo que nos relata el 23 de Sept: “…Abrí la ventana; salí. Exactamente, no sé qué sucedió; sentí que el cielo, que el aire mismo, bajaban un peldaño, caían sobre el jardín; el aire se hacía monótono, profundo, y todo ruido se suspendía. La anciana me miró, su sonrisa siempre idéntica, sus ojos extraviados en el fondo del mundo; abrió la boca, movió los labios; ningún sonido emanaba de aquella comisura pálida; el jardín se comprimió como una esponja, el frío metió sus dedos en mi carne…No, no diré que cruzó la enredadera y el muro, que se evaporó, que penetró en la tierra o ascendió al cielo; en el jardín pareció abrirse un sendero, tan natural que a primera vista no me percaté de su aparición, y por él, con…lo sabía, lo había escuchado ya, con la lentitud de los rumbos perdidos, con el peso de la respiración, mi visitante se fue caminando bajo la lluvia.”
La misteriosa historia continúa, la anciana hace llegar a la habitación donde se encuentra el protagonista dos cartas. Max decide esperar a que arribe la tarde para intentar hablar con ella cuando se aparezca en el jardín…Mas, Así como la anciana del relato se diluyó, de la misma manera el escribidor del presente artículo ya no sentía la presencia de su amigo Marduck. Esto lo obligó a regresar a dialogar con el lector vigente…el que todavía tiene carne y hueso, el que todavía existe porque piensa. –A este lector vigente le digo que disfrute y aproveche mucho su tiempo, porque éste es fugaz, muy perecedero. Como dice el poema: “Sabia virtud de conocer el tiempo.”

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