“Debo, no niego; pago, lo justo”.
Cuando el odio nos alcanzó
Teresa Carbajal
Marchas, contramarchas, protestas, gritos, rostros de angustia, lágrimas; novatos en manifestaciones enfrentándose a vallados, antes detrás de un escritorio por ser estudiantes de excelencia cuya vida se circunscribía a las leyes, la Constitución y la Justicia, hoy, que se cierne sobre ellos la venganza del Dictador salen a las calles para convencer al pueblo que no son los malos de la historia.
¿Y qué se han encontrado a su paso, en lugar de oídos y voluntad para el diálogo?, cerrazón y represión. Pues el orador y narrador oficial de la historia, que se ha encaprichado con la destrucción del único moderador a sus arbitrariedades les ha volteado todo.
No falta el que dice, que la reforma judicial es buena porque se acabarán los jueces corruptos; ¿seguro?, qué parte del proceso de selección de los nuevos impartidores de Justicia, intérpretes de la Constitución -que está a horas de aprobarse- nos garantiza que eso sucederá.
Los inconformes apelan al Pueblo, y nos dicen, que todo es un malentendido y que si nos informamos, seguro esa reforma no pasará, ¡vaya ingenuidad! No es el pueblo quien está a cargo de la organización ni de la aprobación de esta necedad.
Son los representantes populares quienes están traicionando su encomienda como legisladores, pues han vendido lo que les quedaba de dignidad para hacer realidad los deseos del Dictador.
Su ignorancia les hace repetir como loros el discurso que se les pidió reproducir, aunque no entiendan lo que con ello van a provocar, pensarán seguro, que a ellos no los alcanzarán las consecuencias de sus actos, es mentira. Todos sufriremos las consecuencias de la destrucción del sistema de impartición de justicia.
Voces externas con autoridad, nos han advertido de las consecuencias de no pensar en una correcta y completa forma de resolver el problema de injusticias en nuestro país.
El voto popular no es, ni será la solución a lo que a todos nos duele que son las injusticias, los jueces no necesitan ser populares, necesitan ser buenos jueces, hacer lo que les encomiendan las leyes.
Si hubo un poder no mancillado, que se dio a respetar por sus decisiones y una aspiración estudiantil de muchos jóvenes universitarios en formación fue la judicatura federal.
En donde para llegar, tenían que estudiar en serio, no en serie, había que ser muy disciplinado y decidido a dejar ahí su vida y su tiempo completo, dedicarse a su formación, tomar cuantos cursos fueran necesarios y pasar los exámenes.
No por ello quiere decir que fueran inmaculados; como abogados y como justiciables hemos vivido en carne propia la “jurisprudentitis” que les dio en los últimos años, y uno que otro revés en los criterios, que buscaban debido a su excesiva carga de trabajo desechar lo que fuera, argumentando a veces hasta que no era la firma del Quejoso la que calzaba el escrito. Es cierto.
Pero también hubo muchos momentos gloriosos en donde a través del amparo logramos sentir el abrazo de la Constitución y el sabernos seguros, protegidos y defendidos ante el arbitrario y el poderoso. Otras veces sorprendidos, por una impecable aplicación de la norma que nos dejaba con la boca abierta ante tan superior y profundo estudio.
La exigencia de una preparación constante y seria para poder interponer un amparo, fue motivada precisamente por hacer y llevar una mejor defensa ante esos tribunales. Hoy esos defensores de la ley, se enfrentan en las calles cuerpo a cuerpo con la fuerza pública, quienes, con escudos y toletes, los repelen lastimando sus cuerpos.
Quienes antes fueron “la autoridad” amparadora, hoy no encuentra ni amparo ni consuelo.
Ayer que daba la vuelta al país la imagen del Magistrado De Alba en el piso después de ser agredido, recordé aquellos días oscuros y desolados por una incontenible ola de desalojos, en donde los Barzonistas en cadenas humanas y cantando el himno nacional, temblando de miedo, pero levantados por el orgullo y hermanados en el apoyo al compañero que iba a ser desalojado resistíamos la presencia de la fuerza pública.
Más de trescientos policías nos enviaban, peor que delincuentes. Por eso sabemos lo que se siente, por eso sabemos que ninguna reforma si es benigna se justifica atropellando a nadie, engañando a los que desconocen el tema, y mucho menos cerrándose al diálogo. Es triste, pero por ahora estamos en manos de los legisladores, a quienes les pedimos que no nos fallen, que no se vendan, y que sean fieles a la labor que tienen encomendada.
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